PARÍS, Francia.- El legendario estratega chino Sun Tzu comienza el capítulo 13 de su célebre tratado sobre El arte de la guerra aconsejando “tener espías en todas partes”, “estar informado de todo” y “no menospreciar nada de lo que se pueda conocer”.
La China moderna sigue religiosamente los preceptos enunciados hace 26 siglos por Sun Tzu. Francia acaba de experimentar en sangre propia la audacia y la enorme capacidad de infiltración que alcanzó en los últimos años el espionaje chino: después de cinco meses de silencio, la ministra de Defensa, Florence Parly, reconoció que en diciembre pasado Francia había detenido dos oficiales retirados, más la esposa de uno de ellos, que habían sido reclutados por los servicios de inteligencia de Pekín.
No se trataba de esos personajes oscuros que muestran las novelas de John Le Carré ni de esos agentes alcohólicos, mujeriegos e intrépidos de la historia real de la Segunda Guerra Mundial, como Richard Sorge o Leopold Trepper.
Estos dos franceses eran un coronel y un civil que trabajaban en la Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE), el servicio exterior de inteligencia. Ambos fueron oficialmente inculpados de haber revelado los secretos operativos del espionaje francés en Asia al “Guoanbu”, como se conoce al ministerio de Seguridad del Estado chino encargado de los servicios de inteligencia.
Ese episodio confirmó sobre todo la audacia del espionaje chino que hace pocos años logró infiltrar un topo en el gabinete de Jean-Yves Le Drian, ministro de Defensa de François Hollande.
Los expertos de la DGSE conocen la enorme extensión y los métodos de la red china de espionaje, que abarca desde el espionaje económico hasta los intercambios universitarios, pasando por el aporte -nada inocente-que realizan los turistas cuando viajan al exterior y las joint-ventures con laboratorios y empresas de alta tecnología destinadas a copiar invenciones.
Una de esas “transferencias salvajes de tecnología” permitió a China apoderarse de secretos cruciales del cazabombardero Rafale. Algunas piezas sensibles del motor M88 que propulsa el avión están protegidas con un material de matriz cerámica de alta tecnología que le permite resistir a temperaturas de 3 mil grados Celsius.
Como en las novelas de espionaje, otro método de probada eficacia son las “golondrinas”. A fines de los años 90, un alto oficial de la DGSE cayó seducido en los brazos de su traductora.
Los expertos del Boulevard Mortier de París -donde tiene su sede la DGSE- también han denunciado con frecuencia acciones de espionaje chinas contra la empresa de energía nuclear Areva y el gigante europeo de la aviación Airbus.
Toda esa actividad es centralizada por el “Guoanbu”. Ese gigante del espionaje tiene 7 mil funcionarios, 50 mil agentes ilegales más un ejército de “chen diyu” (peces de aguas profundas), explica Alain Chouet, exjefe del servicio de inteligencia de la DGSE.
“Hasta hace unos 20 años, los chinos hacían esencialmente espionaje industrial y económico. Ahora pasaron al espionaje político y militar, un indicio que demuestra su voluntad de afirmarse como gran potencia”, explica Chouet.
El último gesto en ese sentido fue instalar un centro de escucha en el suburbio parisino de Chevilly-la-Rue, es decir el mismo esquema que tenía el KGB en las épocas soviéticas o que instaló Estados Unidos a dos pasos del palacio presidencial del Elíseo.