El investigador de la Facultad de Psicología de la UNAM, Hugo Sánchez Castillo, afirma que la música dispara la felicidad, tanto como hacer el amor o comer tu chocolate favorito, señalando que al escuchar una canción de nuestro agrado el cerebro libera dopamina, el motor fundamental del placer que se activa en la alimentación o el sexo.
Explica que cuando el sonido viaja por el cerebro, realiza varias “paradas”: luego de cruzar por el oído, donde sonidos agudos y graves son separados para transitar por una especie de cables distintos, llega al tálamo, estructura situada en la zona central del encéfalo que retransmite la señal a la corteza auditiva primaria, secundaria y terciaria.
La primaria identifica la frecuencia y la intensidad (la nota y el volumen); la secundaria analiza la información acerca de la melodía (sucesión lineal de notas), la armonía (relación entre dos o más notas que suenan al mismo tiempo) y el ritmo (patrón de notas acentuadas y notas débiles). Mientras que la terciaria se encarga de integrar la información.
Después de ese triple “concierto”, abunda el experto, continúa su paso hacia otros escenarios: regiones asociadas con las emociones, áreas encargadas de interpretar el lenguaje y centros de placer.
Apunta que recordamos más la que consideramos triste sobre aquella que nos parece alegre. ¿Por qué?, quizá no sea tanto que hoy queramos saborear ese dolor que nos refiere con una situación que evoca determinada pieza musical: “podemos identificarnos según si lo narrado en la canción lo hemos vivido o no”.
El investigador , José Luis Díaz Gómez, puntúa que escuchar música produce emociones intensas que nos hace llorar o bailar.