“Satisfacciones, gratas experiencias y el gusto de haber sido la formadora de cientos de jóvenes es lo que me dejó la docencia”, dice Celia Arteaga Arteaga, quien fue maestra de educación primaria durante 32 años.

“Inicialmente yo no imaginaba ser docente, mi interés era tener una profesión no sabía cuál”, comentó la entrevistada, mientras se ilumina su rostro al traer a su mente recuerdos de sus años dentro de las aulas.

Señaló que nunca tuvo algún conflicto con padres de familia ni alumnos, por el contrario los comentarios recibidos por ex alumnos y los padres de ellos son positivos y cordiales.

“Recuerdo que recientemente, me caí y me rompí el brazo, después de cumplir el tiempo con la férula, acudí con el médico quien después de revisar mis radiografías, me dijo que tendría que esperar cinco días más, porque no contaban con el instrumental para retirarme el yeso. Yo le decía que no quería esperar más y que acudiría con un particular”.

Continúa: “De pronto del cubículo contiguo entró un médico que reconoció mi voz y dijo maestra yo la voy a atender de manera particular, yo le pregunté cuanto tendría que pagarle y respondió yo estoy más en deuda con usted, porque me enseñó con paciencia a leer y a escribir cuando fui su alumno”, expresó con un nudo en la garganta.

Aseguró que aun extraña el bullicio de los alumnos y las voces que familiarmente la llamaban maestra o tía, ya que algunos pequeños llegaron a considerarla como parte de su familia, en los salones de clase dejamos parte de nuestras vidas.

Cuando nos jubilamos, nos quedan recuerdos, momentos gratos y la satisfacción de haber sido parte, pilares de la formación de muchos niños y niñas.

Por último recomendó a las nuevas generaciones de maestros que realicen su labor con paciencia, dedicación y amor, ya que son los formadores que algún día aportarán cosas nuevas a la sociedad, al país.