Tras iniciarse la obra hace 17 años, hoy se llevó a cabo la consagración del templo a la Sagrada Familia en Santiago Tulantepec, adscrito a la parroquia de San Juan Bautista de la Arquidiócesis de Tulancingo.
Frente a cerca de 500 feligreses, entre los que se encontraban funcionarios públicos así como sacerdotes pertenecientes a la región, el arzobispo Domingo Díaz Martínez encabezó la ceremonia, en la que también se depositaron las reliquias de San Félix Mártir en el sepulcro del altar principal.
Todo comenzó pasadas las 13:00 horas de hoy, viernes 30 de diciembre, cuando en presencia del sacerdote titular de esta parroquia, Miguel Antonio Rodríguez, ingenieros de obras parroquiales entregaron las llaves al arzobispo. En este momento, Díaz Martínez bendijo a los arquitectos y agradeció su labor.
"Agradecemos a jóvenes arquitectos que ponen su talento y tiempo para este templo. Que Dios siga confiriendo sabiduría, que Dios les pague y los bendiga. Vamos a pedir por ustedes y también vamos a pedir por todas las personas que desde un inicio están colaborando para edificar este hermoso templo", abundó Monseñor.
Al interior del templo ya aguardaban cerca de 350 personas, las que recibieron a la procesión de monaguillos y párrocos con cantos de gloria. Luego de la liturgia, el arzobispo comenzó con la ceremonia de consagración, por la que solicitó a los asistentes a ponerse de rodillas mientras se daba la letanía. Tras colocar las reliquias en el altar, sostuvo el crisma (aceite bendecido en Semana Santa), el cual untó sobre la superficie del altar en los cuatro ángulos del mismo, haciendo alusión a los puntos cardinales.
Posteriormente, sacerdotes acompañantes impregnaron con crisma las doce cruces de cada una de las columnas de la iglesia para que, según la tradición católica, quede sentado simbólicamente como un ente de total culto a Cristo y a Dios. Cabe señalar que en este momento y bajo el eco de las melodías entonadas por el coro de niños cantores, algunos fieles rompieron en lágrimas de emoción.
Acto seguido, se prendió el incienso, con el cual se impregna a las paredes del recinto para que simbólicamente se establezca como un sitio de oración. Luego, cada uno de los ocho sacerdotes que asistieron apoyaron en el revestimiento del altar para conmemorarlo como mesa del Señor, "donde se recuerda el memorial de la muerte y resurrección de Cristo." El rito concluyó con la encendida de las veladoras que enmarcan a cada una de las columnas y que simbolizan la luz de Cristo que ilumina a las naciones para que todos lleguen a la plenitud de la verdad.