/ miércoles 7 de noviembre de 2018

Hace 125 años que Tulancingo conoció el tren

Este siete de noviembre se celebra el Día del Ferrocarrilero.

Tulancingo fue testigo de cómo sobre los tendidos de hierro los trenes iban cargados de insumos, pero también de esperanza por el crecimiento de la región.

Hidalgo tuvo sus tendidos de hierro el 28 de enero de 1878; el cinco de febrero de ese mismo año, el gobernador Rafael Cravioto inauguró la red Pachuca y Tulancingo con la Ciudad de México.

Gabriel Mancera tuvo gran intervención en la consolidación del sueño con máquina expirando humo; un total de 232 kilómetros, fragmentados en el ramal Ometusco-Pachuca y el México-Veracruz. La línea se concluyó finales de 1882, incluyendo Apan, Pachuca y Tulancingo.

Así fue en 1893 cuando esta ciudad de Tulancingo vio pasar por vez primera un ferrocarril. En este 2018, es decir, 125 años que trazó la historia.

El tren fue, por décadas, icono distintivo de México hacia el exterior, derivado de que sus extensos y sólidos rieles hacían que las distancias fueran cortas para quienes querían llegar a destinos, disfrutando de bellos paisajes.

Está aún un cabús convertido en cafetería en Tulancingo, pero además hay vagones y estaciones olvidadas.

La responsabilidad de quienes trabajaban en el tren era tan grande que, segundos de diferencia, podían causar alguna tragedia. La hora en que debía salir y llegar tenía que coincidir con la Jefatura de Estación, ni una hora más, ni una menos.

El tranvía fue parte del contexto de la Revolución Mexicana, pero, asimismo, representó el cimiento de comunidades que vivieron de este medio de transporte.

En este Valle, por ejemplo, Ventoquipa, en Santiago Tulantepec, donde llegaba el llamado “tren pulquero”.

Jubilados ferrocarrileros y viudas seguirán pensando en las vías; los olores de la comida en viandas, y también en su mente estará el imponente ruido que hacía el silbato de bronce que anunciaba la partida de los vagones.

Entre gallinas, guajolotes, cerdos y otros animales de traspatio, además de maíz, frijol y azúcar, entre otros. Y el pulque no podía faltar, se llenaban los vagones, y entonces empezaba el viaje desde las estaciones.

El tren llegó a su término, situación presentada en gran parte del país, derivado de su privatización. La última vez que pasó en la región Tulancingo fue en 1997; por cierto, parte se descarriló a la altura del Puente de la Gallina, en Santiago.

Empezó el “saqueo” de las vías y andamios, y un sinfín de piezas en algunas “estaciones” de la región, quedando solo en el recuerdo lo que significó. Pocas han sido rescatadas, prestadas en comodato o donadas al Museo del Ferrocarril, de los pocos, por cierto, que operan en México.

Este siete de noviembre se celebra el Día del Ferrocarrilero.

Tulancingo fue testigo de cómo sobre los tendidos de hierro los trenes iban cargados de insumos, pero también de esperanza por el crecimiento de la región.

Hidalgo tuvo sus tendidos de hierro el 28 de enero de 1878; el cinco de febrero de ese mismo año, el gobernador Rafael Cravioto inauguró la red Pachuca y Tulancingo con la Ciudad de México.

Gabriel Mancera tuvo gran intervención en la consolidación del sueño con máquina expirando humo; un total de 232 kilómetros, fragmentados en el ramal Ometusco-Pachuca y el México-Veracruz. La línea se concluyó finales de 1882, incluyendo Apan, Pachuca y Tulancingo.

Así fue en 1893 cuando esta ciudad de Tulancingo vio pasar por vez primera un ferrocarril. En este 2018, es decir, 125 años que trazó la historia.

El tren fue, por décadas, icono distintivo de México hacia el exterior, derivado de que sus extensos y sólidos rieles hacían que las distancias fueran cortas para quienes querían llegar a destinos, disfrutando de bellos paisajes.

Está aún un cabús convertido en cafetería en Tulancingo, pero además hay vagones y estaciones olvidadas.

La responsabilidad de quienes trabajaban en el tren era tan grande que, segundos de diferencia, podían causar alguna tragedia. La hora en que debía salir y llegar tenía que coincidir con la Jefatura de Estación, ni una hora más, ni una menos.

El tranvía fue parte del contexto de la Revolución Mexicana, pero, asimismo, representó el cimiento de comunidades que vivieron de este medio de transporte.

En este Valle, por ejemplo, Ventoquipa, en Santiago Tulantepec, donde llegaba el llamado “tren pulquero”.

Jubilados ferrocarrileros y viudas seguirán pensando en las vías; los olores de la comida en viandas, y también en su mente estará el imponente ruido que hacía el silbato de bronce que anunciaba la partida de los vagones.

Entre gallinas, guajolotes, cerdos y otros animales de traspatio, además de maíz, frijol y azúcar, entre otros. Y el pulque no podía faltar, se llenaban los vagones, y entonces empezaba el viaje desde las estaciones.

El tren llegó a su término, situación presentada en gran parte del país, derivado de su privatización. La última vez que pasó en la región Tulancingo fue en 1997; por cierto, parte se descarriló a la altura del Puente de la Gallina, en Santiago.

Empezó el “saqueo” de las vías y andamios, y un sinfín de piezas en algunas “estaciones” de la región, quedando solo en el recuerdo lo que significó. Pocas han sido rescatadas, prestadas en comodato o donadas al Museo del Ferrocarril, de los pocos, por cierto, que operan en México.

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