/ sábado 1 de agosto de 2020

Tatsugoro Matsumoto. Las flores tienen las huellas de sus manos

“Son tan bellas que parecen de plástico…” Es la expresión que escuchamos a menudo para reflejar la singular belleza de las flores. Al contrario: “Hay flores de plástico tan bien realizadas que parecen naturales”; eso sí, parece lo mismo, pero no es lo mismo. Las flores son el canto de la tierra. El milagro de la fotosíntesis, proceso químico que afirma positivamente que casi nada crece en la oscuridad. Por ello lo natural es más bello. Afortunadamente hay seres con talento y delicado buen gusto que han hecho de la floristería un arte. Tatsugoro Matsumoto, siendo muy joven era el jardinero del emperador de Tokio. Recibió la invitación para realizar un jardín japonés en uno de los lugares más famosos de la ciudad de Lima.

Hizo el viaje y realizó una escala en México. Matsumoto supo, desde ese momento, que el destino le había obsequiado una nueva patria. En Perú, Tatsugoro conoció a un hacendado y minero mexicano, quien quedó maravillado por la obra que realizó e invitó a Matsumoto a su Hacienda de San Juan Hueyapan, cercana a la ciudad de Pachuca, para que creara un jardín del mismo tipo con su lago artificial. Y Matsumoto regresó a tierras mexicanas, en donde compartió el gusto por la belleza, por las flores divinas y raras, que reventaban de color ante sus ojos y se enamoró del campo que las producían.

Estudió el campo, los vientos, el sol y su colorido, la lluvia que regaba los distintos parajes y le dio vida al jardín de San Miguel Regla, en Mineral del Monte. Las manos venidas desde oriente, escarbaron la tierra, sembraron, cosecharon y luego comenzó uno de los más bellos procesos que quedó en la memoria de los lugareños; ¡una maravilla de color aterciopelado! flores delicadas y heroicas. Flores huellas. Porfirio Díaz lo invitó a hacerse cargo de los arreglos florales de la residencia presidencial instalada en el Castillo de Chapultepec y del mismo bosque que rodeaba al monumental castillo.

Años más tarde, Matsumoto recomendó al presidente Álvaro Obregón, plantar en las principales avenidas de la Ciudad de México, árboles de jacaranda que él mismo había introducido desde Brasil y reproducido en sus viveros. Y aquí están las jacarandas que el viento las hace, jacarandas bailarinas. Tatsugoro Matsumoto llegó a México en 1896, ya no volvería nunca a Japón. Murió en México en 1955 a la edad de 94 años. El espíritu de este hombre venido de oriente se regocija a diario en las jacarandas bailarinas que existen en México.

“Son tan bellas que parecen de plástico…” Es la expresión que escuchamos a menudo para reflejar la singular belleza de las flores. Al contrario: “Hay flores de plástico tan bien realizadas que parecen naturales”; eso sí, parece lo mismo, pero no es lo mismo. Las flores son el canto de la tierra. El milagro de la fotosíntesis, proceso químico que afirma positivamente que casi nada crece en la oscuridad. Por ello lo natural es más bello. Afortunadamente hay seres con talento y delicado buen gusto que han hecho de la floristería un arte. Tatsugoro Matsumoto, siendo muy joven era el jardinero del emperador de Tokio. Recibió la invitación para realizar un jardín japonés en uno de los lugares más famosos de la ciudad de Lima.

Hizo el viaje y realizó una escala en México. Matsumoto supo, desde ese momento, que el destino le había obsequiado una nueva patria. En Perú, Tatsugoro conoció a un hacendado y minero mexicano, quien quedó maravillado por la obra que realizó e invitó a Matsumoto a su Hacienda de San Juan Hueyapan, cercana a la ciudad de Pachuca, para que creara un jardín del mismo tipo con su lago artificial. Y Matsumoto regresó a tierras mexicanas, en donde compartió el gusto por la belleza, por las flores divinas y raras, que reventaban de color ante sus ojos y se enamoró del campo que las producían.

Estudió el campo, los vientos, el sol y su colorido, la lluvia que regaba los distintos parajes y le dio vida al jardín de San Miguel Regla, en Mineral del Monte. Las manos venidas desde oriente, escarbaron la tierra, sembraron, cosecharon y luego comenzó uno de los más bellos procesos que quedó en la memoria de los lugareños; ¡una maravilla de color aterciopelado! flores delicadas y heroicas. Flores huellas. Porfirio Díaz lo invitó a hacerse cargo de los arreglos florales de la residencia presidencial instalada en el Castillo de Chapultepec y del mismo bosque que rodeaba al monumental castillo.

Años más tarde, Matsumoto recomendó al presidente Álvaro Obregón, plantar en las principales avenidas de la Ciudad de México, árboles de jacaranda que él mismo había introducido desde Brasil y reproducido en sus viveros. Y aquí están las jacarandas que el viento las hace, jacarandas bailarinas. Tatsugoro Matsumoto llegó a México en 1896, ya no volvería nunca a Japón. Murió en México en 1955 a la edad de 94 años. El espíritu de este hombre venido de oriente se regocija a diario en las jacarandas bailarinas que existen en México.