/ jueves 7 de enero de 2021

Populismo y transición en Washington

ACERVO


La tarde de ayer conocimos a través de la prensa nacional e internacional, los alcances de la manifestación social de seguidores del Presidente estadounidense Donald Trump quienes irrumpieron la sede del Congreso de los Estados Unidos en Washington, D.C. para auténticamente boicotear la sesión de la Cámara de Representantes, por medio de la cual se habría de discutir el reconocimiento final del triunfo electoral en la pasada jornada comicial del 3 de noviembre de 2020, en la que se alzó con la victoria presidencial el ya mandatario electo Joe Biden.

Miles de estadounidenses afines al denominado “Trumpismo” provocaron una revuelta que colapsó las inmediaciones del Capitolio, sede del poder legislativo de esta nación, misma que no se veía desde el año de 1813, en que esas instalaciones igualmente fueron tomadas en coyunturas similares de desorden político. La turba de mujeres y hombres que desde su ciudadanía estadounidense reclaman el “fraude electoral” al que presuntamente fue objeto su candidato y hasta hoy presidente de la República, encarnó un grupo de choque que se confrontó violentamente con fuerzas policiales de distintos órdenes, por cierto, superados en número, provocando así, la toma de este inmueble insignia para los poderes de la Unión norteamericana.

Fue de dominio global, la tesitura en el discurso de Donald Trump desde el inicio de su campaña reelección presidencial en la primera parte del 2020, que llevó como eje central, la condicionante de que el partido demócrata estaba preparando un gran fraude electoral que habría de “robarle la presidencia”, pero que apelaba al respaldo popular y a la militancia del partido republicano para detener a figuras emblemáticas de la vida política estadounidense como el propio candidato Joe Biden, los ex presidentes Barack Obama y Bill Clinton, así como a figuras icónicas como Hilary Clinton, Bernie Sanders o Michelle Obama y a sus colaboradores, en su intento por situarse nuevamente en el “establishment” que gobierna desde la Casa Blanca.

El período de campañas proselitistas se desarrolló entre señalamientos muy fuertes por parte de ambos contendientes presidenciales, llegando a extremos de faltas de respeto en el primer debate presidencial y fue llevando a la elección a punto de máxima tensión por los diversos intereses que la renovación de la jefatura política de la nación más poderosa del mundo representa por sí sola.

Así, el pasado martes de 3 de noviembre se verificaron las elecciones y no fue hasta prácticamente 10 días después en que existieron las primeras definiciones respecto a la voluntad popular y a los votos de los Colegios Electorales, que perfilaron a Biden como el presidente número 46 en la historia de los Estados Unidos de Norteamérica, recibiendo la ratificación de su elección una vez que concluyó el recuento de cómputos electorales.

Lo trascendental desde entonces ha sido que, hacia este próximo 20 de enero, día en que rendirá protesta como nuevo mandatario, Biden y Trump siguen haciendo de la confrontación, la agenda pública de su país. Por un lado, el presidente Biden conmina en todo momento al presidente en funciones Trump a que reconozca de una vez por todas, su derrota electoral y posibilite una transición de gobierno fundamentada en los valores democráticos más solemnes que el régimen político estadounidense tiene como su orgullo máximo.

En tanto que el presidente Trump, continuando en su llamado a la desestabilización social y la exigencia diaria del concepto de fraude, llevó ayer al colapso institucional de los Estados Unidos que hacia más de 100 años no se veía. Urge la concordia, el respeto a la democracia y con una pandemia sanitaria que se mantiene en curso, esto no puede ser negociable.No recuerdo un movimiento de corte populista en una transición de gobierno norteamericano. Em América Latina es lo más común. En democracia, con tan solo un voto de más, se gana

ACERVO


La tarde de ayer conocimos a través de la prensa nacional e internacional, los alcances de la manifestación social de seguidores del Presidente estadounidense Donald Trump quienes irrumpieron la sede del Congreso de los Estados Unidos en Washington, D.C. para auténticamente boicotear la sesión de la Cámara de Representantes, por medio de la cual se habría de discutir el reconocimiento final del triunfo electoral en la pasada jornada comicial del 3 de noviembre de 2020, en la que se alzó con la victoria presidencial el ya mandatario electo Joe Biden.

Miles de estadounidenses afines al denominado “Trumpismo” provocaron una revuelta que colapsó las inmediaciones del Capitolio, sede del poder legislativo de esta nación, misma que no se veía desde el año de 1813, en que esas instalaciones igualmente fueron tomadas en coyunturas similares de desorden político. La turba de mujeres y hombres que desde su ciudadanía estadounidense reclaman el “fraude electoral” al que presuntamente fue objeto su candidato y hasta hoy presidente de la República, encarnó un grupo de choque que se confrontó violentamente con fuerzas policiales de distintos órdenes, por cierto, superados en número, provocando así, la toma de este inmueble insignia para los poderes de la Unión norteamericana.

Fue de dominio global, la tesitura en el discurso de Donald Trump desde el inicio de su campaña reelección presidencial en la primera parte del 2020, que llevó como eje central, la condicionante de que el partido demócrata estaba preparando un gran fraude electoral que habría de “robarle la presidencia”, pero que apelaba al respaldo popular y a la militancia del partido republicano para detener a figuras emblemáticas de la vida política estadounidense como el propio candidato Joe Biden, los ex presidentes Barack Obama y Bill Clinton, así como a figuras icónicas como Hilary Clinton, Bernie Sanders o Michelle Obama y a sus colaboradores, en su intento por situarse nuevamente en el “establishment” que gobierna desde la Casa Blanca.

El período de campañas proselitistas se desarrolló entre señalamientos muy fuertes por parte de ambos contendientes presidenciales, llegando a extremos de faltas de respeto en el primer debate presidencial y fue llevando a la elección a punto de máxima tensión por los diversos intereses que la renovación de la jefatura política de la nación más poderosa del mundo representa por sí sola.

Así, el pasado martes de 3 de noviembre se verificaron las elecciones y no fue hasta prácticamente 10 días después en que existieron las primeras definiciones respecto a la voluntad popular y a los votos de los Colegios Electorales, que perfilaron a Biden como el presidente número 46 en la historia de los Estados Unidos de Norteamérica, recibiendo la ratificación de su elección una vez que concluyó el recuento de cómputos electorales.

Lo trascendental desde entonces ha sido que, hacia este próximo 20 de enero, día en que rendirá protesta como nuevo mandatario, Biden y Trump siguen haciendo de la confrontación, la agenda pública de su país. Por un lado, el presidente Biden conmina en todo momento al presidente en funciones Trump a que reconozca de una vez por todas, su derrota electoral y posibilite una transición de gobierno fundamentada en los valores democráticos más solemnes que el régimen político estadounidense tiene como su orgullo máximo.

En tanto que el presidente Trump, continuando en su llamado a la desestabilización social y la exigencia diaria del concepto de fraude, llevó ayer al colapso institucional de los Estados Unidos que hacia más de 100 años no se veía. Urge la concordia, el respeto a la democracia y con una pandemia sanitaria que se mantiene en curso, esto no puede ser negociable.No recuerdo un movimiento de corte populista en una transición de gobierno norteamericano. Em América Latina es lo más común. En democracia, con tan solo un voto de más, se gana