/ martes 30 de noviembre de 2021

Peleo los espacios como “niña”

ZACAHUIL


A mediados de los ochentas, algunas feministas introdujeron el término “empoderar” en el vocabulario cotidiano. Aquellas mujeres comprendían el empoderamiento como la acción de cambiar la sumisión de género y eliminar otras acciones de represión hacia ellas, incluyendo la movilización política. Lograron parte de sus objetivos cuando la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, realizada en 1995, diseñó una agenda para empoderar a la mujer. Pero aquí viene el punto: el empoderamiento no siempre debe ser visto como una especie de obtener algo, para ser; pues lo que no vemos detrás de las donaciones, detrás de las ayudas económicas o los apoyos en especie, es la misma: el empoderamiento femenino parece ser un asunto solamente de índole financiero o económico que puede separarse de la política o de su seguridad. Por lo tanto, es posible pensar que al impartir una capacitación, donar máquinas de coser o harina, azúcar y manteca para hacer pan, resuelva el problema y libere, así, a las mujeres de la huasteca. Sin embargo, no es así de simple. No podemos reducir a las mujeres en seres silenciosas y pasivas a la espera de su rescate. Si bien es cierto que ayuda muchísimo una aportación de esa naturaleza, y que hay que seguir apoyando, empoderarlas va más allá de un rescate económico. Es hacerlas visibles con voz y con un lugar en la toma de decisiones. Que participen por igual en la transformación de su comunidad y de su país.

En mi opinión, es tiempo de cambiar el discurso del “empoderamiento”. Este término se ha transformado en una palabra de moda en nuestra sociedad pero se le ha quitado su elemento más destacado, más relevante: el de la movilización política de las mujeres; pues a menudo se observa en nuestro país, que cuando ellas tienen identidades políticas sólidas, se busca eliminar esa identidad, aunque eso signifique devolverlas a los roles de los que el empoderamiento debía rescatarlas.

Por ello, los proyectos legislativos con perspectiva de género que se programen en nuestro país deben valorarse con base en la capacidad de conceder a las mujeres poder incrementar su potencial para la movilización política, de modo que puedan generar una equidad de género sostenible.

En el centro del empoderamiento de la mujer hay una exigencia para una alianza mundial robusta, en la que ninguna mujer sea marginada al desinterés y al silencio, ni a que sus opciones se limiten a tener una bordadora o un molino para moler cacao, sino en todo caso al conocimiento y participación en la política al parejo que el hombre.


Las de chile seco

En el Congreso Federal, los Coordinadores de los Grupos Parlamentarios son dirigidos únicamente por hombres. ¿Qué acaso no existe capacidad política en algunas de las 250 mujeres empoderadas que forman parte del mismo?

ZACAHUIL


A mediados de los ochentas, algunas feministas introdujeron el término “empoderar” en el vocabulario cotidiano. Aquellas mujeres comprendían el empoderamiento como la acción de cambiar la sumisión de género y eliminar otras acciones de represión hacia ellas, incluyendo la movilización política. Lograron parte de sus objetivos cuando la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, realizada en 1995, diseñó una agenda para empoderar a la mujer. Pero aquí viene el punto: el empoderamiento no siempre debe ser visto como una especie de obtener algo, para ser; pues lo que no vemos detrás de las donaciones, detrás de las ayudas económicas o los apoyos en especie, es la misma: el empoderamiento femenino parece ser un asunto solamente de índole financiero o económico que puede separarse de la política o de su seguridad. Por lo tanto, es posible pensar que al impartir una capacitación, donar máquinas de coser o harina, azúcar y manteca para hacer pan, resuelva el problema y libere, así, a las mujeres de la huasteca. Sin embargo, no es así de simple. No podemos reducir a las mujeres en seres silenciosas y pasivas a la espera de su rescate. Si bien es cierto que ayuda muchísimo una aportación de esa naturaleza, y que hay que seguir apoyando, empoderarlas va más allá de un rescate económico. Es hacerlas visibles con voz y con un lugar en la toma de decisiones. Que participen por igual en la transformación de su comunidad y de su país.

En mi opinión, es tiempo de cambiar el discurso del “empoderamiento”. Este término se ha transformado en una palabra de moda en nuestra sociedad pero se le ha quitado su elemento más destacado, más relevante: el de la movilización política de las mujeres; pues a menudo se observa en nuestro país, que cuando ellas tienen identidades políticas sólidas, se busca eliminar esa identidad, aunque eso signifique devolverlas a los roles de los que el empoderamiento debía rescatarlas.

Por ello, los proyectos legislativos con perspectiva de género que se programen en nuestro país deben valorarse con base en la capacidad de conceder a las mujeres poder incrementar su potencial para la movilización política, de modo que puedan generar una equidad de género sostenible.

En el centro del empoderamiento de la mujer hay una exigencia para una alianza mundial robusta, en la que ninguna mujer sea marginada al desinterés y al silencio, ni a que sus opciones se limiten a tener una bordadora o un molino para moler cacao, sino en todo caso al conocimiento y participación en la política al parejo que el hombre.


Las de chile seco

En el Congreso Federal, los Coordinadores de los Grupos Parlamentarios son dirigidos únicamente por hombres. ¿Qué acaso no existe capacidad política en algunas de las 250 mujeres empoderadas que forman parte del mismo?