/ miércoles 4 de diciembre de 2019

Otro trimestre gris

Tal parece que, con toda la parafernalia y complejidad que implica gobernar un país tan diverso como el nuestro, la economía pasa a segundo plano si no reporta circunstancias catastróficas, sin embargo, tanto en nuestro país como en cualquier otro, la economía puede ser un enemigo silencioso que, cuando menos lo esperamos, estallan sus efectos afectando la vida de todos y cada uno de los ciudadanos.

En lo que va de este año, el crecimiento económico ha sido uno de los temas más polémicos. Y es que la versión oficial se ha inclinado a señalar que el país busca un crecimiento, sin embargo, meses después, con los malos indicadores, se aseguró que lo que se buscaba era el desarrollo social.

Lo cierto es que aún con la idea del desarrollo, el crecimiento, al menos en la economía global en la que estamos insertos, es un factor fundamental para, justamente, hacer llegar vías de desarrollo a quienes más lo necesitan.

En los dos primeros trimestres los resultados han sido poco alentadores. En el primero se mostró una negativa en el crecimiento después de muchos años de no reflejarse de esa manera. Las alarmas de la recesión se prendieron no solo al interior del país, sino a escala internacional con las reacciones evidentes de calificadoras bajando la nota crediticia de México, incluso, a factores negativos.

El siguiente trimestre arrojó un crecimiento magro que, incluso, se trato de maquillar con una cifra que, al final, el propio INEGI desmintió, asegurando que el crecimiento prácticamente no existió y, por lo tanto, nos manteníamos en la mismísima cifra de cero. Sin embargo, este resultado fue suficientes para desacreditar el fantasma de la recesión por cuestiones meramente técnicas al argumentar que, para hablar de recesión, se deberían dar decrecimientos en dos trimestres seguidos.

Pero ya vino el tercero y con él un infame crecimiento del 0.1 por ciento, lo cual si no nos señala técnicamente una recesión, sí nos manifiesta un claro estancamiento de la economía mexicana con lo que ello implica. Pero lo peor de todo es que el PIB se contrajo en un 0.4 por ciento, situación que no ocurría desde 2009 justo cuando la economía mundial pasaba por una recesión grave.

Esta circunstancia a nadie nos conviene, ni a los que más tienen ni a los que viven sumergidos en la pobreza, ya que los resultados de una mala administración de los recursos económicos de nuestro país tarde o temprano impactarán tanto en nuestros bolsillos como en la implementación de programas sociales.

Tampoco se trata de endilgar culpas y recriminar por un muy mal año en materia económica. Lo cierto es que el miedo cunde en todos aquellos que buscamos un país más próspero donde la riqueza se distribuya adecuadamente. Los malos números no convienen a nadie, y ya alejados de lo que se aprobó en el Presupuesto de Egresos para 2020, donde la inversión reina por su ausencia, debemos poner manos a la obra para hacer que México avance.

Se requiere de un esfuerzo institucional que más allá de negar la realidad, se ponga manos a la obra invirtiendo, previendo, impulsando, generando estabilidad y certidumbre para que la inversión nuevamente se acerque. Los resultados son evidentes y son pésimos, pero al día de hoy requerimos de que todos los actores se desprendan de sus conveniencias.

Tal parece que, con toda la parafernalia y complejidad que implica gobernar un país tan diverso como el nuestro, la economía pasa a segundo plano si no reporta circunstancias catastróficas, sin embargo, tanto en nuestro país como en cualquier otro, la economía puede ser un enemigo silencioso que, cuando menos lo esperamos, estallan sus efectos afectando la vida de todos y cada uno de los ciudadanos.

En lo que va de este año, el crecimiento económico ha sido uno de los temas más polémicos. Y es que la versión oficial se ha inclinado a señalar que el país busca un crecimiento, sin embargo, meses después, con los malos indicadores, se aseguró que lo que se buscaba era el desarrollo social.

Lo cierto es que aún con la idea del desarrollo, el crecimiento, al menos en la economía global en la que estamos insertos, es un factor fundamental para, justamente, hacer llegar vías de desarrollo a quienes más lo necesitan.

En los dos primeros trimestres los resultados han sido poco alentadores. En el primero se mostró una negativa en el crecimiento después de muchos años de no reflejarse de esa manera. Las alarmas de la recesión se prendieron no solo al interior del país, sino a escala internacional con las reacciones evidentes de calificadoras bajando la nota crediticia de México, incluso, a factores negativos.

El siguiente trimestre arrojó un crecimiento magro que, incluso, se trato de maquillar con una cifra que, al final, el propio INEGI desmintió, asegurando que el crecimiento prácticamente no existió y, por lo tanto, nos manteníamos en la mismísima cifra de cero. Sin embargo, este resultado fue suficientes para desacreditar el fantasma de la recesión por cuestiones meramente técnicas al argumentar que, para hablar de recesión, se deberían dar decrecimientos en dos trimestres seguidos.

Pero ya vino el tercero y con él un infame crecimiento del 0.1 por ciento, lo cual si no nos señala técnicamente una recesión, sí nos manifiesta un claro estancamiento de la economía mexicana con lo que ello implica. Pero lo peor de todo es que el PIB se contrajo en un 0.4 por ciento, situación que no ocurría desde 2009 justo cuando la economía mundial pasaba por una recesión grave.

Esta circunstancia a nadie nos conviene, ni a los que más tienen ni a los que viven sumergidos en la pobreza, ya que los resultados de una mala administración de los recursos económicos de nuestro país tarde o temprano impactarán tanto en nuestros bolsillos como en la implementación de programas sociales.

Tampoco se trata de endilgar culpas y recriminar por un muy mal año en materia económica. Lo cierto es que el miedo cunde en todos aquellos que buscamos un país más próspero donde la riqueza se distribuya adecuadamente. Los malos números no convienen a nadie, y ya alejados de lo que se aprobó en el Presupuesto de Egresos para 2020, donde la inversión reina por su ausencia, debemos poner manos a la obra para hacer que México avance.

Se requiere de un esfuerzo institucional que más allá de negar la realidad, se ponga manos a la obra invirtiendo, previendo, impulsando, generando estabilidad y certidumbre para que la inversión nuevamente se acerque. Los resultados son evidentes y son pésimos, pero al día de hoy requerimos de que todos los actores se desprendan de sus conveniencias.