/ miércoles 26 de enero de 2022

La raíz de la violencia

Adriana y Jorge son una pareja que lleva 8 años de matrimonio y tiene dos hijos. Adriana tiene un empleo en el que le están encargando tareas a distancia por la pandemia de COVID; Jorge un camionero que ha visto frenado su empleo por el aumento de contagios; sus dos hijos toman clases virtuales, por lo que entre las labores del hogar, la desesperación de la falta de ingresos, la atención a los niños y el trabajo en casa, se enfrascan en una pelea en la que él pierde los estribos y le asesta un golpe dejándola lesionada y con los hijos en estado de shock por una conducta nunca vista de su padre.

De acuerdo con el informe de Incidencia Delictiva del Fuero Común el delito de violencia familiar se ha incrementado en un 20 por ciento durante los últimos tres años con un claro despunte durante 2020 y 2021 del 15.3 por ciento en el número de denuncias por conductas que configuran ese delito en cualquiera de sus manifestaciones.

Prácticamente no hay una sola entidad federativa que se escape del aumento de este tipo de conductas durante los últimos meses generando una lesión en el tejido social que ya se venía previendo pero que no había forma de contener dadas las condiciones peculiares que trajo consigo la pandemia y la necesidad de confinar a las personas todas las horas del día sin poder desempeñar sus actividades de forma habitual.

Más allá de cualquier forma de contención desde las figuras de gobierno, este tipo de circunstancias nos deben llevar a una reflexión social, en el entendido que sólo dentro de nuestra esfera familiar y comunitaria podemos revertir una situación que, si bien se recrudeció con el confinamiento, ya tenía varios años de demostrar señales de alerta por la falta de cohesión social y de valores comunitarios que propiciaran un crecimiento humano y el respeto a las personas con las que nos relacionamos.

A lo largo de lo que hemos vivido con el impacto del coronavirus en la salud, la economía y otros muchos aspectos de nuestra vida cotidiana, han surgido voces que piden llevar al análisis las circunstancias y determinar qué es lo bueno y de aprendizaje que vamos a sacar de esta etapa en la historia de la humanidad. Es decir, dentro de todo lo malo habríamos que introyectar lo que nos tiene en esta adversidad y potenciar un desarrollo integral donde el respeto, la empatía, la tranquilidad, la salud mental y otros elementos más allá de lo material, se coloquen de nuevo en la cúspide de nuestras vidas.

La violencia familiar no tiene como única causa el encierro, ya que verlo de esa forma no nos permitirá solucionar de raíz la problemática. La violencia familiar tiene componentes psicológicos, económicos, sociales, culturales y axiológicos que nos deben llevar a repensar la forma en que educamos a nuestras hijas e hijos, el valor que le otorgamos a nuestro bienestar personal y el egoísmo que hemos potenciado a través de la tecnología y de las redes sociales que, se supone, nos llevarían a un grado de interacción más completo y sano.

Si pretendemos que los índices de violencia sólo serán revertidos con acciones judiciales, ministeriales o gubernamentales en general, habremos caído en el error de evadir nuestra responsabilidad personal, humana y el cambio nunca se logrará. Este es un momento perfecto para analizar y para revertir lo malo que como sociedad hemos arrastrado. Es momento de entender a nuestros semejantes y tendernos la manos para construir otro país, otro mundo, otra sociedad.

Adriana y Jorge son una pareja que lleva 8 años de matrimonio y tiene dos hijos. Adriana tiene un empleo en el que le están encargando tareas a distancia por la pandemia de COVID; Jorge un camionero que ha visto frenado su empleo por el aumento de contagios; sus dos hijos toman clases virtuales, por lo que entre las labores del hogar, la desesperación de la falta de ingresos, la atención a los niños y el trabajo en casa, se enfrascan en una pelea en la que él pierde los estribos y le asesta un golpe dejándola lesionada y con los hijos en estado de shock por una conducta nunca vista de su padre.

De acuerdo con el informe de Incidencia Delictiva del Fuero Común el delito de violencia familiar se ha incrementado en un 20 por ciento durante los últimos tres años con un claro despunte durante 2020 y 2021 del 15.3 por ciento en el número de denuncias por conductas que configuran ese delito en cualquiera de sus manifestaciones.

Prácticamente no hay una sola entidad federativa que se escape del aumento de este tipo de conductas durante los últimos meses generando una lesión en el tejido social que ya se venía previendo pero que no había forma de contener dadas las condiciones peculiares que trajo consigo la pandemia y la necesidad de confinar a las personas todas las horas del día sin poder desempeñar sus actividades de forma habitual.

Más allá de cualquier forma de contención desde las figuras de gobierno, este tipo de circunstancias nos deben llevar a una reflexión social, en el entendido que sólo dentro de nuestra esfera familiar y comunitaria podemos revertir una situación que, si bien se recrudeció con el confinamiento, ya tenía varios años de demostrar señales de alerta por la falta de cohesión social y de valores comunitarios que propiciaran un crecimiento humano y el respeto a las personas con las que nos relacionamos.

A lo largo de lo que hemos vivido con el impacto del coronavirus en la salud, la economía y otros muchos aspectos de nuestra vida cotidiana, han surgido voces que piden llevar al análisis las circunstancias y determinar qué es lo bueno y de aprendizaje que vamos a sacar de esta etapa en la historia de la humanidad. Es decir, dentro de todo lo malo habríamos que introyectar lo que nos tiene en esta adversidad y potenciar un desarrollo integral donde el respeto, la empatía, la tranquilidad, la salud mental y otros elementos más allá de lo material, se coloquen de nuevo en la cúspide de nuestras vidas.

La violencia familiar no tiene como única causa el encierro, ya que verlo de esa forma no nos permitirá solucionar de raíz la problemática. La violencia familiar tiene componentes psicológicos, económicos, sociales, culturales y axiológicos que nos deben llevar a repensar la forma en que educamos a nuestras hijas e hijos, el valor que le otorgamos a nuestro bienestar personal y el egoísmo que hemos potenciado a través de la tecnología y de las redes sociales que, se supone, nos llevarían a un grado de interacción más completo y sano.

Si pretendemos que los índices de violencia sólo serán revertidos con acciones judiciales, ministeriales o gubernamentales en general, habremos caído en el error de evadir nuestra responsabilidad personal, humana y el cambio nunca se logrará. Este es un momento perfecto para analizar y para revertir lo malo que como sociedad hemos arrastrado. Es momento de entender a nuestros semejantes y tendernos la manos para construir otro país, otro mundo, otra sociedad.