/ domingo 9 de febrero de 2020

La pintura mural prehispánica y colonial

Muchas son las expresiones de pintura mural en la época anterior a los europeos. Esta pintura fue un arte exento de realismo, de formas sublimes de apariencia majestuosa y misteriosa que se reveló tanto en los divinos sensitivos razonados y complicados de las figuras de los códices y el de los adornos de los tejidos, como en el colorido brillante, luminoso y plano de la cerámica, o en las elaboradas construcciones geométricas y en la abundante riqueza ornamental de la escultura y la arquitectura.

Fue un arte de gran refinamiento plástico y de un simbolismo general y variado en el aparente lujo de los dibujos, en el prolijo arabesco de las formas escultóricas, en la estilización de máscaras, los bajorrelieves de la estatuaria y en la monumentalidad de las construcciones.

Para los misioneros que llegaron posteriormente se facilitó la prédica de la buena nueva, pues encontraron que en los indios la pintura era un modo muy provechoso “por ser conforme al uso que ellos tenían de tratar todas sus cosas". Además, era el medio inmediato, ya que el lenguaje y la escritura todavía no estaban descifrados ni asimilados, tanto del indio para el español como del español para el indio.

Los frescos coloniales más antiguos de México, así que también más antiguos de América, son del año 1530. Los de finales del siglo XVI son de 1577 y están en la capilla abierta del Convento Agustino de Metztitlán, Hgo. y los hay en la nave de la iglesia y en el claustro. Son conmemorativos y plenos de decoraciones singulares.

La pintura al fresco que se hizo en la Nueva España en el siglo XVI es una manifestación artística única y muy importante en la pintura mural universal. Nos atrae por su ingenuidad, por la expresión candorosa que puso el artífice en los motivos de las decoraciones tomadas con frecuencia de grabados de libros europeos o impresos en México que el fraile dio a copiar al indígena y su colorido armonioso y limitado recuerda la calidad de la pintura de la cerámica y de los frescos prehispánicos.

Estos conventos, principalmente los de Actopan, Ixmiquilpan, Metztitlán en Hidalgo y Acolman en el Estado de México, invaden el edificio entero.

Hay frescos con figuras de frutas, pájaros y flores, centauros, síbilas, efebos, dragones, vasos, copas y guirnaldas, recordando las formas de la mitología pagana; hay fajas en las que destacan retratos de santos, muros con historias de peregrinaciones o de vidas de varones de la orden, junto a crucifixiones, calvario, dolorosas, vírgenes y mártires. Figuras geométricas en la bóvedas continúan los artesonados góticos. Los de Ixmiquilpan relevantes en su historia, son escenas de las luchas que debieron sostener entre sí las tribus indígenas aliadas al conquistador y las rebeldes. Aparecen caballeros águilas y caballeros tigres, centauros con huaraches de indio, en otras hay escudos y armas españolas. Estos frescos son únicos por su variedad y su temática.

Muchas son las expresiones de pintura mural en la época anterior a los europeos. Esta pintura fue un arte exento de realismo, de formas sublimes de apariencia majestuosa y misteriosa que se reveló tanto en los divinos sensitivos razonados y complicados de las figuras de los códices y el de los adornos de los tejidos, como en el colorido brillante, luminoso y plano de la cerámica, o en las elaboradas construcciones geométricas y en la abundante riqueza ornamental de la escultura y la arquitectura.

Fue un arte de gran refinamiento plástico y de un simbolismo general y variado en el aparente lujo de los dibujos, en el prolijo arabesco de las formas escultóricas, en la estilización de máscaras, los bajorrelieves de la estatuaria y en la monumentalidad de las construcciones.

Para los misioneros que llegaron posteriormente se facilitó la prédica de la buena nueva, pues encontraron que en los indios la pintura era un modo muy provechoso “por ser conforme al uso que ellos tenían de tratar todas sus cosas". Además, era el medio inmediato, ya que el lenguaje y la escritura todavía no estaban descifrados ni asimilados, tanto del indio para el español como del español para el indio.

Los frescos coloniales más antiguos de México, así que también más antiguos de América, son del año 1530. Los de finales del siglo XVI son de 1577 y están en la capilla abierta del Convento Agustino de Metztitlán, Hgo. y los hay en la nave de la iglesia y en el claustro. Son conmemorativos y plenos de decoraciones singulares.

La pintura al fresco que se hizo en la Nueva España en el siglo XVI es una manifestación artística única y muy importante en la pintura mural universal. Nos atrae por su ingenuidad, por la expresión candorosa que puso el artífice en los motivos de las decoraciones tomadas con frecuencia de grabados de libros europeos o impresos en México que el fraile dio a copiar al indígena y su colorido armonioso y limitado recuerda la calidad de la pintura de la cerámica y de los frescos prehispánicos.

Estos conventos, principalmente los de Actopan, Ixmiquilpan, Metztitlán en Hidalgo y Acolman en el Estado de México, invaden el edificio entero.

Hay frescos con figuras de frutas, pájaros y flores, centauros, síbilas, efebos, dragones, vasos, copas y guirnaldas, recordando las formas de la mitología pagana; hay fajas en las que destacan retratos de santos, muros con historias de peregrinaciones o de vidas de varones de la orden, junto a crucifixiones, calvario, dolorosas, vírgenes y mártires. Figuras geométricas en la bóvedas continúan los artesonados góticos. Los de Ixmiquilpan relevantes en su historia, son escenas de las luchas que debieron sostener entre sí las tribus indígenas aliadas al conquistador y las rebeldes. Aparecen caballeros águilas y caballeros tigres, centauros con huaraches de indio, en otras hay escudos y armas españolas. Estos frescos son únicos por su variedad y su temática.