/ domingo 21 de febrero de 2021

Ignacio Rodríguez Galván

Es el poeta hidalguense más importante del romanticismo en los albores de una nación que, terminada su lucha, (1821) buscaba su identidad cultural

Nació Ignacio Rodríguez Galván en Tizayuca el 12 de marzo de 1816, y apenas a los 11 años de edad fue llevado a México, DF con su tío don Mariano Galván, dueño de una imprenta a donde acudían, en forma de taller y club literario, los escritores de la época.

Don Mariano fue el creador y editor del famoso calendario de Galván que hasta la fecha se publica. En el ambiente de los tipos y letras de su tiempo el niño crece con gran avidez de lectura y estudia en forma autodidacta hasta que, en 1835, a sus 19 años, compone sus primeros versos.

De su poesía destacan: Eva ante el cadáver de Abel, El Ángel Caído, y su Profecía de Guatimoc (1839) la obra maestra del romanticismo mexicano. Escribe a los 22 años, Muñoz, Visitador de México el primer drama romántico de nuestra literatura al que sigue El privado del Virrey.

En prosa destacan Tras un mal vienen ciento (1840), La hija del Oídor (1836), Manolito el Pisaverde (1837) y La Procesión (1839). Fue recibido en la Academia de Letrán junto con Andrés Quintana Roo, Manuel Carpio, José Joaquín Pesado, Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto, entre otros.

Es sin duda la figura literaria más importante de nuestro romanticismo, en su poesía ambiciosa y apasionada y en sus dos intensos dramas, primeros ejemplos de la nueva escuela en nuestra literatura.

“Seguramente hubo sido el William Shakespeare de América”, parece una aseveración muy poderosa, pero así lo dijo el mismo Manuel Payno, escritor de El Fistol del Diablo, y de Los Bandidos del Rio Frío entre otras obras.

Tuvo varios trabajos hasta que pudo obtener un cargo en la Legación Mexicana en Venezuela. Se dirigió allá inmediatamente y pasó por Cuba sin saber que nunca llegaría a su destino. Dijo su biógrafo, también tizayuquense, el escritor Jorge Contreras:

“Rodríguez muere en La Habana de fiebre amarilla o malaria, después de arrojarse a la noche y sus excesos. Agoniza en casa del patriarca de las letras cubanas, Antonio Bachiller y Morales. Cuatro años más tarde, Payno, visita su tumba, le lleva flores, y escribe, "México ha perdido a uno de sus más grandes poetas". Un par de años después, un tsunami azota La Habana, y el Cementerio General de La Espada es destruido ”. Así que ni tumba tenemos de Rodríguez Galván, quien en sus 26 años de vida y de trabajo consiguió un merecido lugar entre los poetas, al grado de ser considerado uno de los más grandes del Romanticismo Mexicano.

En el Barco de Veracruz a La Habana compuso su última poesía de la que reproducimos un fragmento, parece su despedida:

"De la cadena al ruido / me agita pena impía. / Adiós, oh patria mía, / adiós, tierra de amor."

“A ti mi suerte entrego, / a ti, Virgen María. / Adiós, oh patria mía, / adiós, tierra de amor. Nunca volvería. Está en nuestra historia.


Es el poeta hidalguense más importante del romanticismo en los albores de una nación que, terminada su lucha, (1821) buscaba su identidad cultural

Nació Ignacio Rodríguez Galván en Tizayuca el 12 de marzo de 1816, y apenas a los 11 años de edad fue llevado a México, DF con su tío don Mariano Galván, dueño de una imprenta a donde acudían, en forma de taller y club literario, los escritores de la época.

Don Mariano fue el creador y editor del famoso calendario de Galván que hasta la fecha se publica. En el ambiente de los tipos y letras de su tiempo el niño crece con gran avidez de lectura y estudia en forma autodidacta hasta que, en 1835, a sus 19 años, compone sus primeros versos.

De su poesía destacan: Eva ante el cadáver de Abel, El Ángel Caído, y su Profecía de Guatimoc (1839) la obra maestra del romanticismo mexicano. Escribe a los 22 años, Muñoz, Visitador de México el primer drama romántico de nuestra literatura al que sigue El privado del Virrey.

En prosa destacan Tras un mal vienen ciento (1840), La hija del Oídor (1836), Manolito el Pisaverde (1837) y La Procesión (1839). Fue recibido en la Academia de Letrán junto con Andrés Quintana Roo, Manuel Carpio, José Joaquín Pesado, Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto, entre otros.

Es sin duda la figura literaria más importante de nuestro romanticismo, en su poesía ambiciosa y apasionada y en sus dos intensos dramas, primeros ejemplos de la nueva escuela en nuestra literatura.

“Seguramente hubo sido el William Shakespeare de América”, parece una aseveración muy poderosa, pero así lo dijo el mismo Manuel Payno, escritor de El Fistol del Diablo, y de Los Bandidos del Rio Frío entre otras obras.

Tuvo varios trabajos hasta que pudo obtener un cargo en la Legación Mexicana en Venezuela. Se dirigió allá inmediatamente y pasó por Cuba sin saber que nunca llegaría a su destino. Dijo su biógrafo, también tizayuquense, el escritor Jorge Contreras:

“Rodríguez muere en La Habana de fiebre amarilla o malaria, después de arrojarse a la noche y sus excesos. Agoniza en casa del patriarca de las letras cubanas, Antonio Bachiller y Morales. Cuatro años más tarde, Payno, visita su tumba, le lleva flores, y escribe, "México ha perdido a uno de sus más grandes poetas". Un par de años después, un tsunami azota La Habana, y el Cementerio General de La Espada es destruido ”. Así que ni tumba tenemos de Rodríguez Galván, quien en sus 26 años de vida y de trabajo consiguió un merecido lugar entre los poetas, al grado de ser considerado uno de los más grandes del Romanticismo Mexicano.

En el Barco de Veracruz a La Habana compuso su última poesía de la que reproducimos un fragmento, parece su despedida:

"De la cadena al ruido / me agita pena impía. / Adiós, oh patria mía, / adiós, tierra de amor."

“A ti mi suerte entrego, / a ti, Virgen María. / Adiós, oh patria mía, / adiós, tierra de amor. Nunca volvería. Está en nuestra historia.