/ miércoles 9 de diciembre de 2020

Alianza social

Desde inicios de la implementación de regímenes democráticos, se sabía que las posibilidades de acuerdos y de decisiones variaban tanto como el número de integrantes de la sociedad, ya que cada uno, considerando su historia personal, tenía una visión muy particular de cómo se debería gobernar, de cómo se deberían utilizar los recursos públicos y de cómo se podrían solucionar ciertos problemas comunes.

Estas visiones conjuntas formaban invariablemente grupos para atender a esa cosmovisión particular y poder confrontar a los grupos que tuvieran ideas contrarias. Esta visión primigenia de los partidos políticos nos da una idea de la importancia de la defensa de ideales por un lado, pero también de objetivos de gobierno que pueden cambiar a complementarse con otras posturas. El animal político busca alternativas y no se estatiza porque la propia sociedad va mutando.

En estos días se anunció la creación de una alianza entre tres de las fuerzas políticas más relevantes en el país: Partido Revolucionario Institucional, Partido Acción Nacional y Partido de la Revolución Democrática. Esa alianza sería en función de las elecciones federales del próximo año en el que están en juego las diputaciones federales, algunas gubernaturas y otros cargos locales de elección popular.

El origen de esa unión tiene como objetivo una visión de Estado enfocada a generar una oposición sólida y fuerte que pueda combatir en las urnas a fin de que exista un real contrapeso, sobretodo, en el Congreso de la Unión, donde últimamente se han gestado una serie de modificaciones que han servido para cumplir deseos unipersonales y dejar en indefensión a varios millones de ciudadanas y ciudadanos que han visto desaparecer programas, fideicomisos, derechos y demás elementos que permitían ir en camino de una vida digna.

Desde luego, las descalificaciones se han centrado en argumentos falaces, en donde no se discute la relevancia de un proyecto conjunto opositor, sino las viejas diatribas que colocan a aquellos que no forman parte del gobierno como mafiosos, conservadores y neoliberales. Es decir, no existe un argumento político de fondo que eleve la discusión, sino un simple señalamiento con rasgos autoritarios que se oponen al diálogo en el espacio público.

No se trata de una alianza partidista exclusivamente, sino una respuesta al grave momento que vive el país, en el que hemos entendido que la unidad es un factor determinante para afrontar los problemas más grandes que aquejan a los que menos tienen. En el fondo, se trata de una unión de visiones políticas que tienen como única finalidad poner en el centro al pueblo mexicano ante el cúmulo de promesas incumplidas que han aumentado su decepción.

No se trata de confrontar, no han entendido que se trata de construir y, de forma sana políticamente hablando, generar contrapesos que cualquier régimen coherente necesita. La falta de oposición sólo genera dictaduras, autoritarismo y condiciones sociales desfavorables. Esta vez contra todos los pronósticos, una alianza de esta magnitud demostrará que existe un grupo numeroso de personas a las que se les ha olvidado en momentos de crisis y que piden desesperadamente quien los represente en el Congreso de la Unión, en congresos locales o en cualquier otro cargo de elección popular.

Desde inicios de la implementación de regímenes democráticos, se sabía que las posibilidades de acuerdos y de decisiones variaban tanto como el número de integrantes de la sociedad, ya que cada uno, considerando su historia personal, tenía una visión muy particular de cómo se debería gobernar, de cómo se deberían utilizar los recursos públicos y de cómo se podrían solucionar ciertos problemas comunes.

Estas visiones conjuntas formaban invariablemente grupos para atender a esa cosmovisión particular y poder confrontar a los grupos que tuvieran ideas contrarias. Esta visión primigenia de los partidos políticos nos da una idea de la importancia de la defensa de ideales por un lado, pero también de objetivos de gobierno que pueden cambiar a complementarse con otras posturas. El animal político busca alternativas y no se estatiza porque la propia sociedad va mutando.

En estos días se anunció la creación de una alianza entre tres de las fuerzas políticas más relevantes en el país: Partido Revolucionario Institucional, Partido Acción Nacional y Partido de la Revolución Democrática. Esa alianza sería en función de las elecciones federales del próximo año en el que están en juego las diputaciones federales, algunas gubernaturas y otros cargos locales de elección popular.

El origen de esa unión tiene como objetivo una visión de Estado enfocada a generar una oposición sólida y fuerte que pueda combatir en las urnas a fin de que exista un real contrapeso, sobretodo, en el Congreso de la Unión, donde últimamente se han gestado una serie de modificaciones que han servido para cumplir deseos unipersonales y dejar en indefensión a varios millones de ciudadanas y ciudadanos que han visto desaparecer programas, fideicomisos, derechos y demás elementos que permitían ir en camino de una vida digna.

Desde luego, las descalificaciones se han centrado en argumentos falaces, en donde no se discute la relevancia de un proyecto conjunto opositor, sino las viejas diatribas que colocan a aquellos que no forman parte del gobierno como mafiosos, conservadores y neoliberales. Es decir, no existe un argumento político de fondo que eleve la discusión, sino un simple señalamiento con rasgos autoritarios que se oponen al diálogo en el espacio público.

No se trata de una alianza partidista exclusivamente, sino una respuesta al grave momento que vive el país, en el que hemos entendido que la unidad es un factor determinante para afrontar los problemas más grandes que aquejan a los que menos tienen. En el fondo, se trata de una unión de visiones políticas que tienen como única finalidad poner en el centro al pueblo mexicano ante el cúmulo de promesas incumplidas que han aumentado su decepción.

No se trata de confrontar, no han entendido que se trata de construir y, de forma sana políticamente hablando, generar contrapesos que cualquier régimen coherente necesita. La falta de oposición sólo genera dictaduras, autoritarismo y condiciones sociales desfavorables. Esta vez contra todos los pronósticos, una alianza de esta magnitud demostrará que existe un grupo numeroso de personas a las que se les ha olvidado en momentos de crisis y que piden desesperadamente quien los represente en el Congreso de la Unión, en congresos locales o en cualquier otro cargo de elección popular.